Chaikoni nete. Dibujo de Chonon Bensho

Oni pae:
el uso medicinal del ayawaska

Proyecto Supay Wasi
28 min readMay 5, 2021

por Pedro Favaron y Chonon Bensho. En: Cuadernos Supay Wasi #5

“Tenemos hambre
pero incluso ante una mesa de reyes
no comemos.
Estamos enfermos pero incluso
conociendo al rey de los médicos,
si no seguimos sus remedios,
¿cómo podríamos sanar?”

(El canto del inmediato satori,
Yoka Daishi).

Entre el pueblo shipibo-konibo nunca existieron chamanes. Esa palabra designa a los sabios tradicionales en Siberia, y los antropólogos la han impuesto de manera abusiva sobre otras culturas. Los médicos Onanya de la nación shipiba no son expertos en unas supuestas técnicas arcaicas del éxtasis, sino personas dedicadas a servir a sus semejantes y curar enfermedades mediante un ejercicio trascendente de la percepción y habilidades extraordinarias alcanzadas a partir de arduos procesos de iniciación. Cuando vienen a nuestra comunidad extranjeros preguntando por chamanes, nosotros pensamos que buscan a esas personas mal preparadas que dan de tomar ayawaska por negocio, pero que no saben curar ninguna enfermedad. La mayoría de los visitantes extranjeros no quieren ser curados, sino que persiguen experiencias exóticas, delirios psicoactivos y emociones intensas. La práctica de los antiguos Onanya no tiene nada que ver con eso. Nuestro abuelo nos enseñó que un médico legítimo está por completo dedicado a la curación de sus pacientes, y trata de ayudarlos a que puedan ser personas positivas y saludables.

Los antiguos Onanya no cobraban por su trabajo medicinal, ya que su economía desconocía el dinero. Ellos vivían de la pesca, de la caza, de sus esfuerzos en la chacra. Los pacientes, en algunos casos, cuando eran curados, regalaban al médico una cushma de algodón, objetos de cerámica, gallinas o una canoa. Pero era una retribución que nacía de la propia voluntad del paciente, de su sincero agradecimiento hacia quien le había salvado la vida. No había ninguna motivación económica para dedicarse a la medicina.

Aunque ahora nadie puede vivir de forma exclusiva del bosque y cobrar por el trabajo es necesario para los Onanya actuales, la motivación para aprender la medicina ancestral ha de ser siempre la vocación de servicio. Son pocos los médicos que han atravesado los procesos de iniciación legítimos y que practican movidos por esa generosidad, con verdadero ánimo de curar a quienes pidan su ayuda. Para los investigadores de la cultura y para los pacientes extranjeros, no es sencillo identificar qué personas son médicos legítimos, ya que no siendo shipibos les resulta difícil tener adecuados criterios para evaluar si se trata de verdaderos conocedores o si, por el contrario, son personas que saben poco y hablan sin demasiado fundamento. En este sentido, solo la convivencia prolongada con los pueblos indígenas puede dar a un extranjero los adecuados criterios de evaluación que le permitan identificar quién es quién en una comunidad. El verdadero Onanya es aún visitado por personas de la comunidad, ellos lo buscan cuando enferman, y no suele ser muy conocido entre los turistas, que por lo general van con los charlatanes.

Mujer Chaikoni meditando. Dibujo de Chonon bensho

Son muchas las personas de distintas nacionalidades que, hartos de las respuestas espirituales que les brindan sus propias sociedades y del materialismo imperante, intuyen que nuestra medicina ancestral puede ayudarlos a encontrar posibilidades vitales y respuestas espirituales más amplias y satisfactorias. Sin embargo, siendo para ellos la selva y nuestra cultura una geografía exótica, llegan con poco conocimiento, guiados por los caprichos de sus intuiciones y sin saber diferenciar la verdad de la mentira. Además, sus intenciones no siempre son claras. Para muchos de ellos la inmersión en nuestras plantas medicinales es poco más que una vía de evasión de la estrechez asfixiante de sus vidas. Y a partir de la intensidad de la experiencia, aseguran que el ayawaska les cambio la vida, cuando lo más seguro es que solo hayan modificado su discurso y otras actitudes externas, sin llegar al núcleo de su conciencia ni a romper la vanidad y el egoísmo de su corazón. Pero nuestros antiguos no querían evadirse de nada cuando tomaban ayawaska; por el contrario, con el ayawaska se sumergían en las profundidades inadvertidas de la realidad. Comprobaban que los mundos espirituales de los que hablaban sus padres y abuelos eran ciertos. Y escuchaban las voces siempre nuevas de sus ancestros. Aunque no sabían escribir, no perdían la memoria de los antepasados. Nuestros abuelos nos enseñaron que en el interior de los árboles y de las plantas está escrita la sabiduría que precisamos para curarnos, para pensar bien, para recibir fuerza y prosperar.

La bebida que los mestizos de la Amazonía llaman ayawaska y que en diferentes partes la conocen como yajé, caapi o kamaranti, recibe en shipibo el nombre de oni. Su preparación es un proceso alquímico: la liana ayawaska se mezcla con las hojas del arbusto chakuruna, las cuales se hierven a fuego alto por varias horas, hasta que la medicina llega a su punto exacto, convertida en un líquido espeso y viscoso semejante a la miel. La chakuruna dona la visión y el ayawaska otorga la profundidad. La sabiduría masculina del ayawaska se complementa con la femenina de la chakuruna como en un matrimonio perfecto. El médico toma oni para poder ver las enfermedades del paciente. Al ampliar sus capacidades perceptivas, el médico Onanya visualiza el interior del cuerpo del enfermo, de su mente y de su alma. Y puede así realizar un diagnóstico y también empezar a delinear cuál va a ser la terapéutica a seguir. No podemos curar en una solo sesión, tenemos que observar. Hay que evaluar qué tipo de mal afecta a la persona y si tenemos el conocimiento necesario para curarla. Debemos saber con qué plantas vamos a trabajar y cuánto tiempo va a demorar la curación. Mediante la percepción trascendente puede descubrirse las causas ocultas de las enfermedades. Nuestro abuelo no daba de tomar ayawaska a los pacientes, sino que él tomaba solo cuando era necesario, para realizar el diagnóstico y conectarse con el jakon nete, el mundo espiritual del que descienden los cantos cuya vibración curará los males del paciente. Nosotros tenemos la certeza de que no es el ayawaska lo que cura, sino que curan los cantos medicinales del médico legítimo y las plantas que prescribe al paciente. Por lo tanto, al menos en un sentido curativo, no hay ninguna razón para que el paciente tome ayawaska.

Sin embargo, nuestra herencia medicinal se está tergiversando para satisfacer las búsquedas de exotismo y mística ligera de los clientes extranjeros. Se quiere hacer creer que el ayawaska es una suerte de catalizador de la iluminación, cosa que desde nuestro conocimiento ancestral no tiene ningún sentido. Lo que ilumina al corazón, la mente y el alma humana es la humildad, el dejar de lado nuestras transgresiones, vicios, pasiones y apegos, y la consagración de nuestra vida al bien común y al Gran Espíritu. No existe algo como un camino fácil para iluminarse. El ayawaska no es una medicina que sea de por sí buena, ya que puede ser usado para curar tanto como para hacer el mal y ejercer la brujería. Lo importante es lo que hay en el corazón de quien toma la medicina y su intención. Es decir, no es el ayawaska lo que limpia el corazón del practicante, sino que el practicante ha de limpiar su corazón y regenerar su entendimiento con la luz del Espíritu. Solo una persona que se ha liberado del egoísmo y del resentimiento tomará el ayawaska para promocionar la salud de los pacientes.

Además, hay que haberse iniciado de forma legítima, sometiéndose por largo tiempo a las renuncias y abstinencias de la dieta iniciática, para recibir el conocimiento de los Dueños espirituales de la medicina. No conviene jugar con lo sagrado, ni imponer categorías eurocéntricas sobre las prácticas medicinales de los pueblos indígenas. Es importante ahondar en la raíz de estos saberes antiguos; nuestros ancestros usaron el oni por cientos de años, perfeccionando su uso, sabiendo para qué y cómo utilizarlo de la mejor manera. No se puede improvisar. En nuestros días, las cosas se muestran muy confusas; pero si volvemos la vista a los antiguos, desaparece el desconcierto. Quien camina siguiendo la herencia de los sabios padres no ha de perderse; dará pasos firmes y conocerá hacia dónde debe dirigirse. Tendrá que superar pruebas, pero nada lo hará tambalear; y si llega a caer, sabrá cómo levantarse, porque la raíz de sus conocimientos se hunde con profundidad en buena tierra.

Cuando recibimos a una persona que nos pide ayuda, hay que mirar bien si en verdad quiere curarse. Muchos dicen que lo quieren, pero no es del todo cierto, ya que carecen de la determinación necesaria; no están dispuestos a cambiar su forma de vida, a dejar de lado los hábitos que son perjudiciales para la salud y las transgresiones que son el origen de sus enfermedades. Algunos tampoco quieren cumplir con las abstinencias de la dieta. Toda curación demanda sacrificio. Como cualquier otro médico, un Onanya también da una prescripción a los enfermos que debe ser cumplida. El paciente tiene someterse a las abstinencias de la dieta, al régimen alimenticio y de comportamiento que han de seguir quienes quieren curarse con la medicina ancestral. La dieta no es una superstición ni un capricho, sino una enseñanza de los antiguos para que el influjo medicinal de las plantas y de los cantos se ejerza a plenitud; además, como son plantas fuertes y la vibración de los cantos es también muy intensa, si no se cumple con la dieta, el paciente puede incluso empeorar su enfermedad. No hay curación sin dieta; y quien dieta de manera adecuada, tiene garantizada su curación. Solo se trata de cumplir con valor, con humildad, fe y determinación.

Cuando se acepta recibir a una persona, se establece un profundo vínculo entre el paciente y el médico. Una vez que el Onanya legítimo abre el mundo de la medicina y el mundo interior del paciente, puede ver con claridad. Hay que saber hablar con el ayawaska. Con los cantos, pronunciando las palabras precisas en el tono necesario, el Onanya alinea la mareación del ayawaska, el oni pae, abre las visiones y las mantiene a una distancia necesaria, de forma ordenada, para que podamos observar con claridad. El médico debe conectarse con la profundidad del ayawaska y dominar la mareación con la fuerza de su pensamiento. Pero si dejamos que las visiones nos avasallen o nosotros nos dejamos llevar fascinados por las visiones, entonces ya no vemos nada con claridad, sino que nos hundimos en nuestra propia confusión y en las ilusiones del ego. El médico debe conservar su centro, su concentración, y un corazón vacío de cualquier motivación egoísta, para hacer un diagnóstico preciso. Hay que identificar las causas de las enfermedades y limpiarlas con el canto medicinal. La vibración de los cantos medicinales penetra hasta los resquicios más ocultos de la enfermedad, se hunde hasta su mismo principio, para extirpar la enfermedad del paciente y devolverlo a la salud, al equilibrio. El médico Onanya no trata los síntomas, sino que profundiza hasta las causas psíquicas y espirituales del mal, entendiendo a la salud de una manera holística. Cuando curamos las causas suprasensibles de la enfermedad, los síntomas físicos se empiezan a aliviar. Los Onanya no entienden el funcionamiento del cuerpo como una simple mecánica, en la que los órganos trabajan de manera independiente entre sí y sin ninguna relación con nuestra alma, nuestro corazón y nuestra conciencia. Nuestras concepciones ancestrales de la salud y la curación nacen de una visión integral en la que el cuerpo, que recibe el nombre shipibo de yora, no es independiente de nuestro mundo psíquico-afectivo, shina, ni de nuestra dimensión espiritual, kaya. Todo está relacionado.

Cuando llegaban personas enfermas buscando a nuestro abuelo Ranin Bima, ellos venían con mucho respeto y humildad. Eran personas del pueblo que muchas veces no tenían a quién más recurrir para sanar las dolencias y males que los aquejaban. En esa época no había posta médica ni hospitales. Los médicos tradicionales eran su única esperanza para recobrar la salud. Él era una persona de una gran contextura física y de fuerza evidente, como un árbol maduro. Tenía gran habilidad para la pesca de paiche con arpón. Como había dietado muchas plantas y realizado rigurosos ayunos, él podía leer el pensamiento de las personas con solo mirarlos. Una vez, por ejemplo, lo buscó una pareja recién casada, porque la mujer estaba enferma; al verlos, el abuelo les dijo: “¿Cómo me van a buscar para curarse si acaban de tener sexo? Váyanse a sus casa, báñense con nawan rao (albahaca amazónica) y regresen en dos días”. Las dietas de plantas maestras donan a los médicos Onanya cierta clarividencia. El abuelo no necesitaba tomar ayawaska para intuir qué males aquejaban al paciente, sino que le bastaba concentrarse. A veces se acostaba en su hamaca a fumar y hallaba el diagnóstico. También podía diagnosticar con sus sueños. Solo en algunos casos graves él tomaba ayawaska para profundizar en el tratamiento, para ampliar aún más sus capacidades perceptivas y trabajar toda la noche. Como había dietado la corteza de los grandes árboles de la selva, tenía un carácter fuerte y era muy riguroso; los Dueños de la medicina le habían transmitido conocimientos muy elevados, que le demandan vivir con impecable rectitud. Algunos se asustaban de su seriedad, pero su corazón era tierno y compasivo. Nunca dejaba desamparados a los humildes.

El abuelo practicaba como los antiguos. Antes de su muerte, él no quería dar de tomar ayawaska a los extranjeros, a pesar de que otros shipibos empezaban a hacerlo y ganaban mucho dinero. Ya casi nadie practica como él, para curar a las personas; ahora todo se ha vuelto negocio e ilusión. Durante los años setenta del siglo XX, se produjo en Europa y Norteamérica la revolución psicodélica: un grupo nutrido de jóvenes, que protestaban contra las guerras y las injusticias, contra un estilo de vida superficial, productivista y poco satisfactorio, empezó a consumir drogas con la excusa de “abrir las puertas de la percepción”. Nosotros hemos escuchado algunas teorías que afirman que este consumo de drogas estaba secretamente alentado por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos para controlar a la juventud y narcotizar sus ánimos rebeldes. Es muy posible. Fue entonces cuando se empezó a difundir la noticia de que en la selva amazónica existía una potente substancia que producía “alucinaciones” y había sido utilizada por los “chamanes” por miles de años. Sin embargo, las primeras noticias acerca del ayawaska no fueron esparcidas por la boca de los hippies, sino que llegaron por medio del rigor de la ciencia académica.

Uno de los primeros científicos en dar noticia del ayawaska fue el médico y naturalista inglés Richard Spruce, quien en el siglo XX realizó viajes por la Amazonía, recolectando una extensa muestra de plantas y registrando sus usos locales. Spruce encontró que la bebida era consumida por diversos grupos y aseguró que se trataba de un “potente narcótico” que no era consumido por los pacientes, sino que era el médico quien tomaba para realizar sus curaciones (Hemming: 279). Años más tarde, el biólogo Richard Evan Schultes, nacido en Boston en 1915 y egresado de la universidad de Harvard, siguió los pasos de Spurce, manifestando un hondo interés por las propiedades farmacológicas de las plantas psicoactivas, en especial las de la Amazonía (aunque ya antes había trabajado con el peyote entre naciones indígenas de Norteamérica). Schultes pasó largas temporadas en la Amazonía colombiana estudiando el saber etnobotánico de los pueblos indígenas. Se cuenta que era un tipo serio y elegante, que parecía provenir de otro tiempo; le gustaba dictar sus clases universitarias vestido con una bata de laboratorio y hacer demostraciones en vivo sobre los usos indígenas de algunas plantas, como fumar tabaco en su pipa ante la entusiasta mirada de los estudiantes. Su figura despertaba cierta fascinación exótica. Con Schultes se encontraría el díscolo escritor William Borroughs, nacido en Kansas, hijo de una familia acomodada, estudiante rebelde de Harvard y drogadicto empedernido.

Borroughs era miembro de un movimiento de renovación literaria llamado la Generación Beat, que lanzó una crítica radical al “sueño americano”. Borroughs encontró a Schultes en Bogotá, cuando fue a la universidad buscando información sobre el ayawaska. Schultes recomendó a Borroughs internarse en el Putumayo para buscar lo que tanto anhelaba conocer. Escéptico y corrompido, para Borroughs el ayawaska era un misterioso brebaje que podía brindarle un nuevo pico de intensidad y delirio. Su historia con el ayawaska ha quedado registrada en el libro Las cartas de Yage, en el que se lee la correspondencia que mantuvo por esos años con Allen Ginsberg, el poeta más reconocido de la Generación Beat, quien tuvo una influencia notable en la contracultura de los años sesenta y setenta. Años más tarde y animado por los relatos de su amigo Borroughs, Ginsberg viajaría al Perú, a la ciudad de Pucallpa, para buscar el ayawaska. Las cartas que escribió Ginsberg narrando su inmersión amazónica también forman parte de Las cartas de Yage. Se trata, desde nuestro punto de vista, de un relato nocivo y caótico de dos personajes intoxicados por los muchos años de abuso de drogas, con un cierto gusto por lo sórdido. Eran como muchos de esos jóvenes que hasta el día de hoy siguen llegando a la Amazonía para descubrir los “misterios” del ayawaska. La mayoría de las descripciones de Borroughs son crudas y exhalan un cierto desprecio por la realidad cultural sudamericana y por los pueblos indígenas. No muestran ningún respeto por la tradición medicinal del Putumayo y describe al ayawaska como cualquier otra substancia psicoactiva. Sus experiencias parecen propias de una pesadilla: vómitos, convulsiones, alucinaciones endemoniadas, brujos borrachos. Ginsberg, en cambio, interpretó la experiencia con el ayawaska desde una perspectiva más próxima a la naciente espiritualidad New Age y a la prédica del psicólogo Timothy Leary, también de Harvard. Llegó al Perú con la certeza de poder alcanzar cierta lucidez espiritual mediante el consumo de drogas. Ambos, sin embargo, no se preocupan por entender las racionalidades internas de las culturas amazónicas, sino que imponen sus propias interpretaciones y sus experiencias personales.

La familia de los autores

Esos primeros exploradores del ayawaska llegaron en un momento en el que la tradición medicinal de los antiguos estaba menguando. La influencia de la prédica cristiana, a pesar de sus posibles aportes, fue decisiva en la pérdida de los saberes ancestrales y las prácticas curativas. Bajo la influencia de los misioneros, solo pocos jóvenes, como nuestro abuelo Ranin Bima, aprendieron de los viejos Onanya. Quienes se volvían evangélicos, miraban con malos ojos a los médicos y solo querían estudiar con los norteamericanos. Nuestro abuelo, a pesar de que se consideraba a sí mismo cristiano, no dejó de diagnosticar y de curar mediante el ayawaska y otras plantas medicinales. Para él no existía ninguna contradicción entre Cristo y la medicina, entre Dios y las plantas. “¿Acaso Jesús no curaba a los endemoniados, a los ciegos, a los lisiados?”, solía decirnos: “¿No ayunaba en el desierto así como nuestros antepasados dietaban en el monte? ¿No luchaban ellos también contra los demonios? ¿Acaso Dios no creó a las plantas medicinales para el beneficio de los enfermos?” Cuando nuestro abuelo escuchaba la palabra “chamán”, se ofendía. Le parecía una falta de respeto, ya que es una voz muy cercana a la palabra chama, que en shipibo significa “ven a pelear”. Pero ahora hay shipibos que se hacen llamar chamanes.

Alentados por el turismo psicodélico y los beneficios económicos, algunos shipibos, mestizos y miembros de otras naciones indígenas, empezaron a ofrecer ayawaska a cambio de dinero, sin haberse iniciado como médicos siguiendo los pasos legados por los antiguos. Y eso sigue siendo así. Algunos dietan unos cuantos meses y ya dicen que son médicos, pero con tan poco tiempo de dieta no se puede conocer lo bueno, pues el mundo espiritual de la medicina demora en abrirse; de esa manera apurada solo se aprende lo malo, para ser brujo, que es un aprendizaje más rápido, que no demanda tanto sacrificio ni limpiar nuestro corazón. Es fácil engañar a los que no conocen nada de nuestra cultura. Otros aprenden solo de los libros de ciencias ocultas y magia negra, y por eso no pueden curar; a diferencia de la medicina, el conocimiento esotérico de los libros puede ser ejercido de manera egoísta, y no para servir a nuestros semejantes. En shipibo se conoce con el nombre de boman a una suerte de magia mentalista y fascinadora. Algunos brujos se entrenan y desarrollan esta facultad del boman para, con su poder mental, dominar a las personas, hipnotizarlas, seducirlas, o para atacarlas con la fuerza de su pensamiento. Si tomamos ayawaska con personas así, nos mostraran visiones de falsa luz y de belleza artificial, toda suerte de maravillas barrocas que fascinan a algunos apelando a su ego, prometiéndoles poder y satisfacción de sus deseos egoístas. El boman trabaja en base a las debilidades y complejos irresueltos de las personas para atraparlas en su red de ilusión. Es siempre un maestro del engaño, que mezcla la verdad con la mentira.

Es fácil encontrar personas que den de tomar ayawaska y canten. Los pacientes, por el efecto del ayawaska y de los cantos, se emocionan e ilusionan. Pero eso no es medicina. Lo que sucede es que se está reduciendo el ayawaska a una droga alucinógena; y los turistas desarrollan un discurso pseudo místico, pseudo indígena, para justificar su evasión de la realidad, su búsqueda de paraísos artificiales. En el fondo, el interés mundial en el ayawaska reside en lo que la substancia psicoactiva hace en la mente de quienes la consumen, y no en las racionalidades y dinámicas de la medicina ancestral indígena. Lo que está pasando, en los últimos años, con las plantas y los conocimientos indígenas, es una falta de respeto y una tergiversación. La mentalidad moderna, que piensa ser libre de apropiarse de todo y tomar decisiones por cuenta propia, es muy adolescente y profanadora. Son muchas las voces serias que han denunciado los peligros de los usos New Age del ayawaska. Mucha gente se está enfermando. Las plantas tienen una doble naturaleza: usadas de manera adecuada, brindan salud y sabiduría; pero si no se cumple con las prescripciones adecuadas, pueden castigarnos e intoxicarnos. Habría que entender que poco importa tomar ayawaska, tener visiones fosforescentes y grandes revelaciones, si al fin de cuentas, no somos capaces de vivir en paz con nuestra pareja, de criar bien a nuestros hijos, de hablar con respeto a nuestros padres, de ser un aporte positivo y ordenado para nuestras sociedades. Todo conocimiento que no libere del egoísmo, es vanidad. El menosprecio y el racismo pueden haberse disimulado, silenciados por la corrección política y el populismo, pero el orgullo de los supuestos “civilizados” es muy difícil de amainar. Cuesta mucho, a las personas educadas bajo el paradigma moderno y el escepticismo científico, comprender la dimensión espiritual de las plantas, la humildad y el respeto que piden de nosotros, la adecuada conducta con la que tienen que ser consumidas para curarnos. En la Amazonía peruana se conoce con el nombre de kutipado a la enfermedad que causa las plantas a quienes no dietan con propiedad.

Los consumidores extranjeros de ayawaska están imponiendo sus propios conceptos y dinámicas sobre las prácticas amazónicas. Se recurre a marcos conceptuales del imaginario New Age para interpretar la experiencia con las plantas visionarias de la Amazonía. Por ejemplo, hay quienes afirman que el Onanya no es un médico, sino que es un guía, una suerte de psicopompo que conduce al grupo que ha ingerido el ayawaska en un viaje astral; hay quienes incluso llegan a plantear que la presencia de un Onanya no es necesaria, ya que cada uno es su propio maestro y su propio chamán. Se trata, sin duda, de una apropiación cultural, de un colonialismo de lo sagrado que da cuenta del ánimo imperialista de la modernidad. “Se vislumbra entonces una explotación cultural postmoderna de dimensiones globales, siguiendo el modelo del auto-servicio de los supermercados consumistas. Cada uno (a través de Internet) se crea su propia cultura personal multifacética, incoherente, inconsistente, pero colorida y muy disonante, explotando a lo máximo la riqueza cultural de la humanidad” (Estermann 2009: 313). Los exploradores psicoactivos, devenidos en neochamanes urbanos, piensan que las herencias culturales y espirituales de los pueblos son recursos libres de ser apropiados y explotados por cualquiera; que las enseñanzas ancestrales son intercambiables entre sí, que podemos tomar de ellas lo que nos conviene y desechar lo que no se nos muestra con la suficiente sofisticación, respondiendo a nuestros deseos. Cada vez hay más extranjeros que fungen de chamanes y organizar ceremonias de ayawaska en todo el mundo.

El chamanismo New Age piensa que toda la experiencia medicinal se centra en el ayawaska, en las visiones y en el viaje del alma por las regiones celestes o submundos. En el consumo postmoderno de la planta hay una fascinación desmedida por la visión. Los turistas psicoactvos aseguran que, gracias al ayawaska, son capaces de ver a los seres espirituales y escuchar sus voces; algunos aseguran incluso haber subido en naves espaciales y viajado a distantes planetas con los seres extraterrestes. Para los antiguos médicos la existencia de los mundos espirituales era evidente; por eso, esta sorpresa y fascinación que muestran los extranjeros ante los seres que se presentan en las visiones, parece a los legítimos Onanya como algo inmaduro e infantil. El Onanya no se deja fascinar por lo que contempla bajo el influjo del ayawaska, ya que sabe que las visiones pueden ser engañosas y que en las regiones espirituales habitan seres positivos pero también los hay negativos, depredadores suprasensibles a los que conviene mantener a distancia. El médico centra las visiones con sus cantos para poder contemplarlas con desapego, sin verse arrastrado por la sucesión caótica de pensamientos y poder llegar a conclusiones que considere verdaderas. Hay que saber interpretar los símbolos visionarios y separar la verdad del engaño, lo que solo se consigue mediante una ardua iniciación y aprendiendo las reglas de la hermenéutica visionaria de los mayores. El Onanya aprende a moverse en esos mundos espirituales; y sabe cuáles son los espíritus afines a la medicina y cuáles los negativos que debe alejar. El Onanya, aun habiendo tomado ayawaska, no se deja abrumar por la experiencia ni pierde su capacidad de discernimiento.

Además de las prácticas más abiertamente New Age, hay quienes quieren asociar la terapéutica ancestral con el psicoanálisis y otros acercamientos de la psicología moderna. Según una opinión extendida, la ingesta de ayawaska promueve en el paciente una suerte de trance regresivo en el que se pueden ver los orígenes de los traumas psicológicos desde una perspectiva diferente, con mayor madurez y distancia, de tal manera que puedan ser asimilados, comprendidos y subsanados. Esta perspectiva, a pesar de pretender un mayor rigor académico, sigue siendo una imposición conceptual eurocéntrica que no tiene nada que ver con las prácticas y reflexiones de nuestros abuelos. Como la gran mayoría de pacientes shipibos no toman ayawaska para ser tratados, se hace evidente que los abuelos no buscaban producir ninguna regresión en sus pacientes mediante la ingesta del ayawaska ni se dedicaban a la cura de traumas infantiles. Si bien los Onanya tienen amplios conocimientos de la psicología humana, resulta arriesgado y reduccionista el conceptualizarlo como una suerte de psicólogo primitivo, ya que se trata de un sabio que cura el cuerpo, la mente y el alma humana de forma interconectada, sin hacer separaciones. La liana ayawaska tiene propiedades medicinales, pero para curarse con ayawaska se ingiere de otra manera, sin mezclar la liana con chakuruna; se hierve el ayawaska solo y se le toma como una purga que debe ser dietada de forma cuidadosa. Pero el ayawaska mezclado con chakuruna, el oni, es utilizado solo por el médico. Hay otras culturas indígenas que utilizaron el ayawaska de otra manera que no se restringía al uso medicinal; sin embargo, se trataba de un ayawaska mucho más diluido que el que se suele tomar actualmente y se hacía dentro de un contexto cultural que le daba sentido.

En la actualidad, se hacen cada vez más comunes una suerte de ceremonias en las que un supuesto chamán da de beber ayawaska a un grupo de pacientes y realiza unos cantos de forma general. Sin embargo, según aprendimos de nuestro abuelo, el médico no puede curar a un grupo numeroso de personas a la vez, ni hacer cantos curativos para sanarlos al mismo tiempo. Resulta evidente que la parafernalia mística de este tipo de reuniones (bastante fingida y poco rigurosa) pretende justificar el consumo de drogas en base a enrevesados razonamientos. Muchos de los participantes, con evidentes conflictos emocionales irresueltos, buscan pertenecer y tener un status dentro de pequeñas tribus contraculturales completamente alejadas de las realidades indígenas. Nuestro abuelo Ranin Bima solo atendía una o dos personas a la vez. Para curar, el médico tienen cantar de manera específica a cada paciente, según las visiones que va teniendo de la enfermedad. No se puede curar a una persona con un solo canto medicinal, sino que cada canto va profundizando en el paciente, entrenado en capas cada vez más profundas de la enfermedad, tratando de llegar a las causas últimas. A nosotros, que descendemos de los antiguos médicos y hemos heredado su conocimiento, lo único que nos interesa es la curación. Sin embargo, es necesario admitir que curar a los extranjeros es un trabajo arduo y, en algunos casos, imposible. Es muy distinto tratar a los pacientes shipibos que a personas de la ciudad que no comparten la raíz cultural de la que se alimentan nuestra prácticas medicinales y espirituales.

Los shipibos buscan a los Onanya con enfermedades específicas y, si es una enfermedad que pueda tratarse con cantos y plantas, se les cura fácil. Suelen llegar con humildad y con mucha fe. Si tienen buenos pensamientos, se alivia su sufrimiento. Pero los pacientes de la ciudad suelen ser casos más complejos, porque traen cosas irresueltas a nivel psíquico y emocional, muchos tienen enfermedades físicas y sufren una profunda desconexión espiritual, algunos han consumido drogas muchos años. La educación moderna les hace creer que ellos pueden llegar a la verdad por sus propios medios y vivir según sus caprichosas opiniones acerca de la salud, el éxito y la espiritualidad. No quieren renunciar a nada. Pocos son humildes, suelen tener una pobre experiencia de lo sagrado y un enfrentamiento infantil con las religiones de sus padres o abuelos. Son rebeldes, no saben escuchar, sus propios pensamientos negativos se cierran a la medicina y tuercen las dietas. Sus mentes están llenas de complicadas y erradas ideas; son como botellas llenas, en las que no entra ni una gota de agua nueva. La cultura imperante incentiva los deseos egoístas y fomenta una práctica irresponsable de la sexualidad. Suelen pensar que la libertad consiste en la satisfacción de los deseos más disparatados. Piensan desde sus apetitos egoístas y no con el afecto. Los comportamientos son muy promiscuos y pasionales; el resultado es un sentimiento de soledad exacerbado, celos, rabia, pensamientos negativos y desesperación. En las grandes ciudades hay mucha agresividad, mucho miedo, insolidaridad y desconfianza. Algunos buscan soluciones mágicas a sus problemas, pero no quieren hacerse responsables de su salud y de las consecuencias de sus transgresiones. Por lo general, nosotros podemos ayudar un poco a los pacientes extranjeros o urbanos, hacer todo lo que está a nuestro alcance para que mejoren, pero resulta difícil hablar de una completa curación en esos casos. La persona que en verdad quiere curarse, debe tener tiempo y estar decidida a someterse a arduos y prolongados procesos purgativos. Ni el mejor médico puede curar a quien no se quiere sanar.

Existe una idea equivocada, un mito New Age que asegura que el ayawaska es una suerte de planta mágica que puede curar todo tipo de enfermedades. Nos cuesta entender como gente educada en la modernidad científica puede terminar siendo tan supersticiosa e ilusa. Conviene estudiar con seriedad para qué se utiliza esta medicina visionaria y para que no. La experiencia del Onanya tiene poco de placentera o agradable. La curación es una lucha. Cuando el Onanya toma ayawaska para curar a su paciente, debe penetrar al mundo oscuro, yamé nete, al mundo peligroso, onsá nete, al mundo amarillo de la brujería, panshin nete, al territorio de los demonios y de la muerte, para expandir la luz del Espíritu y sanar a los pacientes, rescatar las almas perdidas, exorcizar el mal y la brujería. Cualquier otro uso reduce el ayawaska a una droga y se trata de una apropiación que no respeta el origen y sentido de las prácticas medicinales de nuestros ancestros. Muchos mestizos y extranjeros se refieren al ayawaska como una deidad femenina y la llaman Abuelita o Madre Ayawaska; pero el ayawaska ni es mujer ni es deidad. La humanidad una y otra vez vuelve a idolatrar a seres materiales. Es necesario saber que las plantas no son dioses. Por eso nosotros sabemos que es un error decir Madre Ayawaska. Esto viene de una mala interpretación de la expresión mestiza “la madre de la planta”, que es otra forma de decir el Dueño de la planta, lo que en shipibo se conoce con el nombre de Ibo. Lo que a nosotros nos han dicho nuestros abuelos es que el Dueño espiritual del ayawaska es un Inka y que la Dueña de la chakuruna es una mujer espiritual. La idea exótica de que el ayawaska es la madre de todas las plantas parece venir de una tendencia a jerarquizar y catalogar propia del pensamiento moderno; se trataría de un problema de traducción o una mala interpretación por parte de ciertos investigadores poco rigurosos que no saben hablar la lengua indígena ni han podido aprender a pensar desde las propias racionalidades indígenas. El ayawaska es una de las tantas plantas que los médicos antiguos nos enseñaron a usar, todas ellas vinculadas entre sí, ninguna superior a las demás. Lo importante es conocer las propiedades de cada planta, sus usos específicos, sus modos de empleo y aplicación, además de la dieta que debe ser seguida en cada caso.

En los últimos tiempos, se han presentado una serie de denuncias de abuso sexual por parte de chamanes amazónicos. Incluso ha habido muertes y asesinatos en distintos retiros. Entendemos que todas estas desviaciones tienen su principal raíz en las transformaciones ocasionadas por la mercantilización del ayawaska. Por eso, nosotros proponemos, casi en solitario, que no se dé más ayawaska a los pacientes y que solo se tome en territorios indígenas. Existen muchos que se resisten a esta propuesta, ya que de alguna manera participan del neochamanismo y están apegados a las ilusiones de sus propias experiencias. Es importante aclarar que haber tomado 100 o 1000 veces ayawaska, no convierte a nadie, de ningún modo, en conocedor de las medicinas ancestrales indígenas. Hay incluso grupos de discusión sobre estos temas en Facebook en los que opinan extranjeros advenedizos como si fueran autoridades en la materia. Ahora hay quienes dicen que para evitar los casos de abuso sexual lo mejor es tomar con “gringo shamans” (expresión que ellos mismos utilizan), ya que son más confiables y han estudiado en la universidad. Dan opiniones insensatas y sin ningún fundamento, contribuyendo a la confusión general y al descrédito de nuestros saberes.

Las opiniones que uno hace públicas deben tener algún sustento responsable. ¿Cuántos años se han dedicado estos expertos del ayawaska a la investigación etnográfica entre los pueblos indígenas para alcanzar una comprensión medianamente profunda de las prácticas de los antiguos? ¿Hablan la lengua indígena? ¿Están seguros de haber conocido a un verdadero médico indígena, respetado por sus paisanos, que la gente de su comunidad busca cuando se enferma, o solo conocen a personas que se dedica a dar de tomar ayawaska a extranjeros? ¿En verdad creen que un médico indígena va a transmitir su conocimiento a un foráneo solo porque le da plata, a pesar de que no es su familiar? ¿Creen que no es necesario escuchar la voz de los sabios indígenas y respetar la tradición? Son muy pocos los legítimos médicos que aún quedan; los demás son chamanes empoderados por el dinero de extranjeros, que practican artes oscuras guiados por su egoísmo. Hace falta mucha paciencia, humildad y respeto para que un anciano sabio nos brinde su conocimiento, incluso si somos sus parientes. Hay que aprender a escuchar, no imponer conceptos eurocéntricos. Pero el problema es que si nosotros mismos no nos hacemos respetar y no hacemos respetar las enseñanzas de los antiguos, por nuestra falta de autoestima, no podemos esperar que otros lo hagan. Los acuerdos internacionales reconocen que los pueblos indígenas somos guardianes de nuestros conocimientos tradicionales, que tenemos el derecho de protegerlos y controlar su divulgación, y que solo nosotros podemos crear nuevos conocimientos a partir de estos saberes ancestrales. Las culturas son dinámicas y cambian. Nada permanece cristalizado. Pero es evidentemente un peligro cuando estos cambios culturales, en especial lo que refieren a los saberes sagrados, ocurren en un contexto de desigualdad económica.

Ante esta situación, algunas autoridades y personas interesadas piden que el Estado intervenga para regular las prácticas. Pero el ayawaska no es algo del Perú o de Ecuador o de Colombia, sino de los pueblos indígenas que han sido oprimidos por esos estados modernos. Los estados nacionales han querido destruir a los pueblos originarios culturalmente y demográficamente. El ayawaska tampoco es un asunto turístico, sino prácticas ancestrales con las que el pueblo busca curarse y preservar su autonomía cultural. Entonces no hay porqué involucrar a los órganos estatales. Este no es un asunto que le compete a nadie más que a los médicos indígenas y que, en todo caso, puede ser debatido en un campo académico por personas que hayan realizado un trabajo etnográfico serio y desde las propias prácticas indígenas. Nosotros tratamos de ser respetuoso con las enseñanzas y metodologías antiguas, y de ayudar a quienes piden nuestra ayuda con humildad, con integridad y solvencia ética. Pero no podemos decirles a los otros curanderos indígenas cómo deben llevar a cabo sus prácticas, sino que cada quien se debe hacer responsable de sus propias acciones. Depende de los propios comuneros indígenas el preservar sus prácticas y saberes ancestrales, o negociarlos para satisfacer las demandas del turismo. Nosotros ya tomamos la decisión de continuar con las formas de trabajo de nuestro abuelo Ranin Bima, porque hemos comprobado que son efectivas para curar a los enfermos.

Según nos ha enseñado nuestro abuelo Ranin Bima, la fuerza medicinal y el conocimiento de las plantas vienen, en última instancia, del Gran Espíritu, que en shipibo se llama Nete Ibo y es el Dueño de todo lo existente. Es Aquel que los antiguos quechuas llamaban Pachakamaq, el que sopló su aliento a toda la materia, el que animó el mundo, el que dio vida y ordenó el cosmos. Él dio su luz al sol: gracias a su aliento, el sol nos brinda sus rayos y su calor fecunda la tierra; y podemos llamarlo padre con justeza. La tierra recibe nuestros pasos, nos brinda los alimentos con generosidad, las plantas se enraízan en ella, y por eso la llamamos madre. El agua, en cambio, cuando es lluvia o río que preña las orillas, actúa como una potencia masculina; pero cuando es una cocha que posibilita la vida de los peces como un útero, parece más bien femenina. Todo se define según su acción en el mundo. Las concepciones ancestrales sobre las cualidades de los seres vivos se expresa según la manera afectiva y poética propia de los pueblos indígenas. Nuestra ecopoética nos enseña que la tierra, el sol y el agua son materia pensante, seres vivos, con lenguaje y consciencia. Nosotros no vemos que el ayawaska se comporte como padre o como madre en ningún sentido. Pero es la medicina de nuestros abuelos y nos permite curar; es un asunto sagrado y delicado, que merece que nos acerquemos con respeto.

Nuestro abuelo siempre nos dijo que no podía practicarse la medicina sin la guía compasiva del Espíritu. La planta ayawaska no nos conduce a Dios o a la iluminación espiritual, sino que precisamos que el amor del Espíritu nos mejore y nos alumbre. Necesitamos que su luz ilumine nuestro corazón para practicar la medicina y utilizar estas plantas de forma generosa, para beneficio de los demás; que el Espíritu nos limpie de egoísmos y nos done esa vocación de servicio. Ninguno de nosotros es un ser perfecto; podemos aspirar a la perfección, a caminar con rectitud, pero siempre tendremos fallas, debilidades y puntos ciegos. Hay que estar lo más atentos posibles y no dejar prosperar lo negativo, no identificarnos con la ira, la lujuria, la avaricia y el resentimiento. Es mejor seguir el ejemplo de los espíritus Dueños del mundo medicinal, para practicar lo que ellos nos enseñan para beneficiar al resto de seres sensibles y promover el equilibrio. La humildad consiste en saber que los seres humanos no podemos vivir bien por cuenta propia; que cuando vivimos según nuestras ideas personales y confiando en nuestras habilidades, siempre nos equivocamos y sufrimos. Necesitamos pedir ayuda al mundo espiritual para todo, desde lo más pequeño hasta lo más grande. Lo que cura es la medicina que viene del Espíritu. Y solo los humildes pueden beber de sus aguas aéreas. La medicina atraviesa el corazón del Onanya, se despliega en sus cantos y es una luminosidad curativa que alcanza y purifica al paciente. El corazón abierto del Onanya se vuelve una suerte de canal por el que fluye la luz sanadora hasta penetrar las cavidades de quienes buscan la sanación. El Onanya, a pesar de seguir siendo humano, se ha vuelto semejante a los espíritus Dueños de la medicina. Su práctica médica está guiada por la compasión y la generosidad.

Bibliografía:

Estermann, Josef
2009 Filosofía andina: sabiduría indígena para un nuevo mundo. Instituto Superior Ecuménico Andino de Teología, La Paz, Bolivia.

Favaron, Pedro
2017 Las visiones y los mundos: sendas visionarias de la Amazonía occidental. CAAAP y UNU. Lima.

Hemming, John
2015 Naturalist in Paradise: Wallace, Bates and Spruce. Thames & Hudson, Estados Unidos.

Tuhiwai Smith, Linda
2017 A descolonizar las metodologías: investigación y pueblos indígenas. Txalaparta, Navarra.

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