Mural en cerámica de Fernando Daza en homenaje a Gabriela Mistral, ubicado a los pies del Cerro Santa Lucía

Gabriela Mistral

Vicuña, 1889 — Nueva York, 1957
(Selección y comentarios de Patricio Barría)

Proyecto Supay Wasi
8 min readSep 12, 2021

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[Capítulo del libro: Versos del Sur. Muestra de Ecopoesía Chilena Ed. Cactus del Viento]

Somos una curiosa raza que se ignora en la mitad de sus orígenes, sino en más al ignorarse en su parte indígena. Somos, además, pueblos que no han tomado una cabal posesión de su territorio, que apenas comienzan a espiar su geografía, su flora y su fauna. Somos para decirlo en una frase, gente que tiene por averiguar su cuerpo geográfico tanto como su alma histórica. Excepción hecha de nuestro conocimiento de la raza conquistadora difundido por España, desconocemos terriblemente nada menos que el tronco de nuestro injerto, al saberlo tan poco del indígena fundamental, del que pesa con dos tercios en la masa de nuestra sangre.

(Gabriela Mistral, Origen indoamericano y sus derivados)

Hay tres vertientes de las cuales abreva la espiritualidad de Gabriela Mistral: El cristianismo popular, la herencia indígena y el esoterismo occidental. El cristianismo popular, corresponde a la manera local ––del territorio–– en que se entiende y practica el catolicismo, que guarda ciertos rasgos originales, producto de la historia desde la llegada de los españoles ––tal como un árbol injertado cuya especificidad depende tanto de su origen como de lo prohijado. Sumado a esto, para Mistral fueron fundamentales sus intensas lecturas de la Biblia que marcaron su hondura espiritual. En cuanto a la herencia indígena, aparece muy clara en su diálogo constante con los seres que habitan su territorio: las Montañas, que son para ella como sus padres, los antiguos espíritus que todo lo ven y todo lo cuidan; el Viento, del cual alguna vez dijo que era el elemento más espiritual de todos y razón de su elección de Mistral como su apellido (debido una lectura sobre el viento mistral en la obra del geógrafo Eliseo Reclus); el Agua, sobre la cual prodigó muchas de sus poesías. Menciono estos, entre otros Dueños del territorio que aparecen de forma recurrente en la obra de Mistral. Lucila Godoy, nombre heredado de Gabriela, proclamaba en aquellas décadas su herencia indígena, especialmente por vía paterna, ya que aseguraba que su abuelo Godoy era un “indio puro”. Gabriela también estudió y escribió profusamente sobre las culturas indígenas de América, especialmente la Quechua y la Mapuche.

Uno de los aportes más importantes de Gabriela Mistral es su proyecto de redención del mestizo chileno. Según Mistral, es posible hallar nuestra memoria y herencia negada en medio del folklore chileno y en la memoria oral, en las historias, prácticas y tradiciones del campesino. Mistral propone que el folklore carece de cualquier virtud si no es entendido desde la experiencia indígena:

no creo que haya una posibilidad de averiguación cabal de nosotros mismos, sino después de un largo registro de nuestro folklore…esta lectura folklórica que teníamos que hacer y que a mi me parece la fiesta más delicada, más aguda y más cuidada, más escrupulosa, no puede ir sino junto a un signo muy grande delante del indio. Si el que está leyendo le dice al indio que lleva adentro, no, se entontece, se embrutece; pero en cuanto comienza a decir sí, a aceptar que este anda por su sangre, entonces lo empieza a ver, y desde que lo empieza a ver toda la fábula a él se le vivifica, toda la historia de la América entra a chorros en su cuerpo y la América comienza a existir en él.

(Gabriela Mistral, Algunos elementos del Folklore Chileno)

En esta propuesta, Gabriela fue una visionaria que se adelantó en muchas décadas a planteamientos que recién empiezan a ser considerados marginalmente en el Chile actual, siendo esta vertiente de su obra, una de las menos notadas. Gabriela plantea que el problema del mestizo chileno es el desconocimiento de su raíz indígena y el ansia de blanqueamiento –así como el origen del mestizaje en un acto de violencia racial– lo que ocasionaría una serie de defectos y/o trabas en su desarrollo sociocultural y espiritual. En este sentido, el planteo mistraliano implicaría el reconocimiento de nuestra raíz indígena, por medio de una larga y profunda indagación de nuestra memoria territorial, buscando dar relevancia a la parte negada y ocultada. No se trata de minimizar ni desmerecer el legado hispánico que también es parte de nuestra herencia; la diferencia reside en que la herencia hispánica ya es conocida y hegemónica entre nosotros al momento de narrar lo identitario. En este sentido, el planteamiento de Gabriela Mistral tiene algún parangón con ciertas posturas en la América contemporánea, como, por ejemplo, la propuesta de descolonización de Silvia Rivero Cusicanqui.

Tuetues, salamancas, meicas, piuchenes, son algunos de los temas relevantes del folklore chileno que hunden sus raíces en nuestra herencia indígena; y si bien Gabriela Mistral no llegó a concretar en profundidad la tarea de revisión de nuestro folklore, si colocó la piedra fundacional, legándonos el desafío. Ella es nuestra inspiración en el día a día, desde el corral de cerros de Elqui.

Por aquella época, a fines de la primera mitad del siglo XX, estaban en auge los primeros estudios regionales sobre arqueología y el estudio de la prehistoria local llamaba la atención de eruditos e intelectuales criollos. A esto se suma la creación, en 1943, del Museo Arqueológico de La Serena. En este contexto, Gabriela declaraba sobre una polémica con Ricardo Latchman quien publicó, en 1928, el primer estudio científico sobre la Cultura Diaguita Chilena:

Me han contado cosa cómica: el señor Latcham habría dicho en una conferencia de prensa que yo ‘me he inventado la sangre india’. El chileno tonto recorre estos países indios o mestizos declarando su blanquismo. Yo sé algo, espero, de mí misma. Por ejemplo, que mi padre mestizo tenía en su cuerpo la mancha mongólica, cosa que me contó mi madre; segundo, que mi abuelo Godoy era indio puro.

La tercera vertiente que influenció la experiencia espiritual de Gabriela fue el esoterismo occidental, interesándose por la Teosofía. Paradójicamente, todas estas vertientes espirituales mencionadas –cristianismo popular, herencia indígena y esoterismo occidental– forman parte, en la actualidad, del repertorio común de este territorio del Valle del Elqui, en que históricamente, convive el catolicismo local con la herencia indígena y, al menos desde la década del 1940, toda una gama de grupos esotéricos y orientalistas de distinto tipo que han encontrado, en esta tierra, un lugar para hacer su base. En la propia alma de Gabriela entran en juego todas estas vertientes que se yuxtaponen, a veces en un juego de contradicciones dinámicas. Gabriela Mistral es un espejo de nuestra tierra; Lucila Godoy es la Tierra que se piensa a sí misma.

La Madre Tierra

Para Gabriela la vida es una red tejida entre el alma, la tierra y el cuerpo:

Desde que Dios sopló alma sobre el barro de Adán y puso ese cuerpo animado en un jardín, se fijó la alianza perdurable de alma, cuerpo y suelo. El alma pide el cuerpo para manifestarse y el cuerpo necesita de la tierra para que ella le sea una especie de cuerpo mayor que le exprese a su vez y que le obedezca los gustos y las maneras.

(Gabriela Mistral, Conversando sobre la tierra)

El misterio mismo de la vida solo podría aparecérsele al ser humano en contacto con la naturaleza, en la vida con la tierra, viviendo de ella y por ella. Por lo tanto Gabriela se lamenta del urbanismo moderno y del destino de los niños criados en tal contexto, desapegados de la tierra. Ya que en sus primeros pasos el hombre debe aprender a conocer a sus dos madres. No es solo el conocimiento el que se pierde al separarse de la tierra; según Mistral, el vigor, la salud y la felicidad dependen de la comunión del hombre con su tierra. El secreto de la vida, es guardado por nuestros ancestros, a pesar de la ignorancia del presente:

Hay que saber, para aceptar esta afirmación, lo que significa la tierra para el hombre indio; hay que entender que la que para nosotros es una parte de nuestros bienes, una lonja de nuestros numerosos disfrutes, es para el indio su alfa y su omega, el asiento de los hombres y el de los dioses, la madre aprendida como tal desde el gateo del niño, algo como una esposa por el amor sensual con que se regodea en ella y la hija suya por siembras y riesgos”.

(El pueblo araucano)

La sombra de Gabriela

Llegué al Valle de Elqui hace unas dos décadas, impulsado por el interés de descubrir la historia y herencia Diaguita –un pueblo indígena del Norte Chico de Chile– su pasado prehispánico y la huella de aquello en el presente. Mi búsqueda en aquel momento liminal estaba signada por un “romanticismo puritano” sobre lo indígena. Era un entusiasta de la arqueología regional y me maravillaba pensando en encontrar herencias prístinas, incontaminadas por occidente, un legado detenido en el tiempo, fosilizado.

A poco tiempo de llegado, tenía la costumbre de consultar a los lugareños, por historias de indios, incluso en los contextos más insólitos, muchas veces dejando atónitos a mis interlocutores. Un día consulté al chofer de un colectivo, durante el viaje, si conocía alguna de estas tradiciones que tanto me fascinaban; y, después de unos segundos de silencio reflexivo, me dijo: “Lo único que sé es que como por agosto de cada año en el Cerro Mamalluca se forma la silueta de la cara de Gabriela Mistral”. En aquel momento me pareció algo sin importancia, debido a mi desconocimiento sobre la real herencia indígena –más allá de lo romántico y de lo científico que era los pensamientos que me animaban– y a una visión normativa de la identidad.

Con el tiempo recopilé varios relatos que apuntaban a lo mismo: la importancia de los rostros que se ven en los cerros, tanto en la fisionomía misma de estos como en las sombras que produce el sol, en sus diferentes posiciones. Al otro lado del Cerro Mamalluca, hay otra sombra que se produce en determinada época del año, cuyo rostro humano es explicado, en otro relato local, que habla sobre el hijo de un cacique Diaguita (al cual correspondería el rostro formado por el cerro y el sol) y un mineral de oro oculto en aquel cerro.

La importancia de los cerros es central en los Andes; información al respecto abunda por medios de público conocimiento, tanto en Perú y Bolivia como en el Norte Grande chileno y el Noroeste argentino. Son llamados de diversas maneras: Wamanis, Apus, Mallkus o Achachilas. Estas tradiciones explican, en general, que los cerros son antiguos ancestros primigenios, fundadores de las comunidades donde se emplazan, poseyendo una personalidad e historia propia. La veneración a las montañas forma parte central de la espiritualidad tradicional en los Andes desde tiempos inmemoriales; esto se verifica a través de ingente evidencia arqueológica, etnográfica y etnohistórica. Los Señores Cerros controlan el ciclo del agua y su acción es central para la continuidad de la vida.

En el Valle de Elqui existe una narración tradicional que explica que los ancestros más antiguos son quienes sobrevivieron al primer aluvión devastador de la historia. Fueron las pocas personas que lograron refugiarse en los cerros elquinos. De estos ancestros primigenios descienden todos los habitantes del Valle de Elqui; además, estos ancestros son fundamentales por su papel de garantes de un orden tradicional y fuente de poder para los hombres que se relacionan con ellos hereditariamente.

Esta manera andina de entender el territorio y la importancia de sus montañas, la encontramos de manera clara en los escritos de Gabriela, como el poema al Monte Aconcagua, y en sus constantes referencias a las montañas elquinas. La importancia de su obra, para este territorio, es de tal relevancia, que completó el antiguo camino de los ancestros y su sombra se eternizó en el Cerro Mamalluca.

Valle del Elqui, Febrero de 2021

Abajo dejamos el Link para descarga gratuita del libro completo: “Versos del Sur. Muestra de Ecopoesía Chilena Ed. Cactus del Viento”:

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